25 octubre, 2024

ENFERMAR NUNCA FUE UNA ELECCIÓN

Uno de los estigmas que peor llevé durante la recuperación de la anorexia fue el hecho de que tanto enfermar como curarse dependía de la voluntad de la persona. Tenía anorexia porque había querido dejar de comer, y no me recuperaba porque me negaba a hacerlo. Los ojos que te miran desde fuera, desde la desconexión de la patología, es lo que suelen ver. Pero estos mismos ojos que te etiquetan de débil, de egoísta para decidir no curarte y hacer sufrir a los que te quieren, no te están mirando a ti sino a la enfermedad. Si me hubieran mirado a mí hubieran visto la ansiedad que un día apareció sin yo buscarla cuando me ponían un plato delante, el odio que nació dentro de mí hacia la persona que era y el deseo de acabar con todo que un día despertó dentro de mi cabeza. Hubieran visto los tres ingresos, las seis semanas sin levantarme de una cama, las 4, 5 o 6 sondas nasogástricas que me tuvieron que alimentar y la sensación tan abismal de perder de tus manos el control de tu vida.

Detrás de las mentiras constantes, de la falta de empatía al sufrimiento de los otros, del egoísmo de un pensamiento obsesivo en una misma hay una persona que está sufriendo mucho. La gente no entiende todo el mal que creas cuando estás enferma, pero es porque no te consideran una persona enferma sino una persona que ha querido tener una enfermedad. Y esto no es así, y no es justo que esta idea esté tan arraigada. Mentía porque no quería que la enfermedad me atacara. Decía que ya había cenado con las amigas cuando no era así, pero es que si hubiera dicho la verdad y hubiera tenido que cenar la enfermedad se hubiera pasado toda la noche recordándome que no valía para nada y haciéndome sentir una sensación real de un increíble malestar. Malestar que muchas veces solo podía liberar haciéndome un mal físico para dejar de sentir el infierno emocional que me provocaba. No tenía empatía porque tenerla implica poder pensar con claridad y hacer un uso correcto de una parte del cerebro que yo tenía totalmente desactivada por la desnutrición que me había provocado. Era egoísta y no podía dejar de pensar en mí porque las 24 horas del día estaba controlada por una voz que me recordaba todo el que tenía que mejorar y cualquier tipo de distracción durante algunos minutos suponía una exigencia doble las horas siguientes.

Entiendo que sufrir un trastorno de la conducta alimentaria te convierte en una persona destructiva que no es agradable estar a su lado. Pero la persona que está destruyendo todo aquello a su alrededor no lo hace porque quiere, no lo hace porque un día decidió que quería enfermar. Lo hace porque la enfermedad la destruyó a ella mucho antes de que generara el dolor a su alrededor. Cuando yo mentía era porque hacía meses que había caído en la mentira de una voz que me prometía que me estimaría si le hacía caso, y cuando no me importaba el daño que provocaba a las personas que más quería era porque la enfermedad me había destruido la capacidad de sentir y la capacidad de amar jugando con la desnutrición, la ansiedad y la depresión.

Y sí, puede ser que haya una parte de voluntad en el proceso de recuperación de la enfermedad pero quiero que quede claro que no existe ni la más mínima voluntad en el proceso de enfermar. Porque nadie elige sufrir, nadie escoge destruirse la vida cuando era feliz en esta. Pensar que en la recuperación debe haber voluntad también da cierta esperanza en las personas enfermas ya que estamos sacando el control absoluto a la enfermedad. Pero esta voluntad no asegura que puedas hacerlo y tampoco implica que el día que decides recuperarte sea un proceso lineal hacia la curación. Así que una persona que no se recupera no es necesariamente porque no haya querido hacerlo y esa persona que pasa por una recaída no es porque haya decidido que dejaba el proceso de recuperación. La voluntad debe estar, pero no lo es todo y pensar que sí lo es da pie a que la sociedad te juzgue por no poder.

Nuria Vilademunt