HEMOS DE QUERERNOS MÁS
Quererse a uno mismo es un acto de valentía y de profunda humanidad. En un mundo donde los espejos parecen tener voz propia y las imágenes idealizadas nos susurran lo que deberíamos ser, amarnos por lo que somos se convierte en un acto revolucionario. Pero la verdad, la verdadera belleza, no reside en el tamaño de nuestra ropa, en la suavidad de nuestra piel, ni en la forma de nuestro cuerpo. Reside en la esencia de quienes somos, en nuestros pensamientos, nuestras acciones, y en la luz que llevamos dentro.
Cada arruga, cada cicatriz, cada imperfección es una marca del camino que hemos recorrido, de las batallas que hemos enfrentado y de la vida que hemos vivido. No debemos verlas como defectos, sino como la prueba tangible de nuestra fortaleza. No es nuestro aspecto lo que define nuestro valor, sino cómo nos levantamos después de cada caída, cómo amamos a los demás y, sobre todo, cómo nos amamos a nosotros mismos.
Quererse a uno mismo no es un destino, sino un viaje continuo. Es mirarse al espejo y ver más allá de lo superficial, reconocer la bondad, la empatía y la fuerza que habitan en nosotros. Es comprender que nuestro valor no está en lo que el mundo ve, sino en lo que llevamos dentro.
A veces, el amor propio llega como un susurro tímido, otras veces como un grito de afirmación. Pero siempre está ahí, esperando a que lo reconozcamos y lo abracemos. Porque cuando nos amamos de verdad, cuando aceptamos cada parte de nosotros, podemos enfrentar al mundo con más confianza y, lo más importante, vivir con más paz.
Así que, en lugar de buscar la aprobación externa o de compararnos con los estándares imposibles que nos rodean, cultivemos una relación de amor y respeto con nosotros mismos. Porque al final del día, lo que más importa es cómo nos sentimos en nuestra propia piel, cómo nos cuidamos y cómo nos valoramos por lo que realmente somos. Amarse a uno mismo es el primer paso hacia una vida plena y feliz. Y eso, es un regalo que todos merecemos.
Patricia.