LA CÁRCEL DE LA ANOREXIA
Descubrí la libertad el 5 de mayo de 2017 cuando salí por última vez por la puerta del centr de salud mental.
Ese día volví a nacer; fue el primer día del resto de mi vida.
Fue un paso de entrada a una vida nueva, una vida donde podía volver a ser propietaria de mis decisiones, donde podía elegir todo lo que quería hacer, adónde quería ir…
Cuesta mucho describir la libertad, sí, pero yo tengo muy claro que para mí empezó no sólo el día en el que salí del ingreso sino también cuando salí del secuestro de la enfermedad.
Estar en un centro de salud mental puede parecer una privación de libertad muy grande, pero para mí no había prisión más inmensa que aquella en la que yo misma estaba viviendo en mi cabeza en manos de la enfermedad.
Vivía secuestrada sin poder decidir absolutamente nada, puesto que todo mi día a día lo decidía la enfermedad.
Vivía secuestrada sin tener gustos propios, porque la enfermedad me arrancó todo lo que yo era y todo lo que me gustaba por imponerme sus hábitos y gustos.
Vivía secuestrada en la mentira, porque me hacía sentir fuerte.
Algo dentro de mí no me dejaba marchar de allí, es algo como un síndrome de Estocolmo; sabía que me tenía atrapada y que no me hacía bien, pero a la vez me enganchó tanto a ella que no podía soltarla.
Cuando has vivido tanto tiempo cerrada, y repito que no sólo encerrada en el sentido literal de la palabra, sino encerrada en un mundo tan irreal como la anorexia y todo lo que te hace creer, de golpe llega el momento de volver a ser tú.
Cuando pasas por un TCA pierdes todo el control sobre ti y sobre tu personalidad.
De repente, toda tu personalidad se transforma en números, comida, calorías y ejercicio. Y pierdes todos tus hobbies y te cuesta pensar en cualquier cosa no relacionada con el mundo del TCA.
Controlar todos estos aspectos se convirtió durante mucho tiempo en mi día a día, incluso cuando empezaba a salir de él, todo lo que consumía o hacía tenía, en cierto modo, relación con la enfermedad.
Me di cuenta, un tiempo después, de que había perdido completamente los recuerdos sobre quién era y sobre las cosas que me gustaban.
Por eso no era libre.
No era libre porque carecía de identidad propia.
Había salido de un ingreso, pero seguía prisionera de una persona que no estaba, perdida, sin pasiones, sin actividades, sin nada.
Tenía que encontrar hobbies no relacionados con mi TCA, ni con la comida ni con nada de eso.
Poco a poco empezó ese camino.
Me costó, pero al menos era libre para probar todo lo que quisiera.
Me sorprende seguir sin recordar quién era yo antes del TCA, quizás porque no recuerdo ni siquiera en qué momento empezó todo, o quizás porque recordarlo podría empujarme de nuevo al abismo de aquel monstruo.
Sea como fuere, estoy contenta de ser quien soy ahora, de haber dictado mi camino, de haber conocido la libertad no sólo física sino también mental.
Estoy porque hace más de cinco años que mi cabeza piensa en cosas distanciadas de la mentalidad tóxica y tan dolorosa que tenía en ese momento.
Estoy contenta porque conozco el significado de libertad y al final se resume en la capacidad que tengo de ser yo misma y de vivir la vida que me merezco sin juzgarme, sin dañarme ni a mí ni a los que me rodean y siendo yo quien marca todos los pasos de mi vida.
Elisa.