La tribu que me salva
Es jueves. Son los 18h y fuera ya es oscuro. Abro la pantalla del ordenador, pincho en el enlace y aparecen los rostros de las mujeres que ya hace un año forman parte de este encuentro semanal y también de mi vida.
Esta hora y media que compartimos es oro y también parte del secreto que me permite sostener mi día a día a pesar de la difícil lucha que supone convivir con el TCA de mi hija, con este monstruo invisible y omnipresente que a menudo lo impregna todo.
Conduce la sesión la psicóloga que, con su voz experta y dulce, nos anima a compartir todo aquello que nos hierve dentro, aquello que nos pesa y nos angustia.
Y vamos desgranando sentimientos, preocupaciones y sensaciones, como los grandes pequeños pero brillantes de una granada que después de caer del árbol se abre por fin.
La confidencialidad y la confianza nos permiten soltarnos y a menudo se nos escapan las lágrimas o nos derraman desbordadas mientras relatamos situaciones dolorosas y duras pero también otras de esperanzadoras, buenas noticias, pasas adelante, mejoras.
Hoy acabamos con la emoción de una de nosotros que cuenta un pequeño éxito, la aceptación de la enfermedad por parte de su hija, un paso muy importante para empezar un camino nuevo, un tratamiento, un día menos para vencer.
Como siempre coincidimos que las verdaderas heroínas son ellas, nuestras hijas, luchando y combatiendo diaria e incansablemente contra la enfermedad que las quiere sumisas y pasivas dentro de una sociedad que a menudo les da la espalda y las aísla.
Agradezco enormemente poder tener este espacio y este tiempo de escucha activa, de expresión y manifestación de aquello que nos cuece y nos sangra, de aquello que nos hace herida. Estos grupos de apoyo para mí son ancla, son casa, son zona de confort, son cura, son bálsamo, son esperanza.
Esta es la tribu que me salva.