19 febrero, 2021

Me hago mayor

«La mantequilla sube diez centavos. El ser humano baja», escribió Elizabeth Smart en su novela ‘En Grand Central Station me senté y lloré’, publicada en 1945, con el mundo aún en guerra. Y yo leo: Capitalismo 1-Humanidad 0. Y me pregunto si el mundo ha dejado de estar en guerra alguna vez. No soy ni estoy pesimista, solo (me) observo.

Una fuerza mayor me saca a la calle: caminar más de cinco pasos seguidos, tras días agazapada en casa, donde tengo todo lo necesario: comida, cama, calefacción y hasta cerveza. Voy a la farmacia a por un colutorio, el dentífrico ya no es suficiente —antes de ayer, como quien dice, mi abuela se lavaba los dientes con jabón, el de bañarse, que era el de la ropa—, y salgo con una crema antiarrugas-antimanchas-antisequedad. Antimímisma. Ya lo dice el rostro tamaño natural del cartel de la puerta: «Siéntete joven a cualquier edad». Me lo dice ella, desde sus veinte años. Recojo en Correos un paquete de libros. Novedades, claro, no vaya a quedarme atrás también en esto. Y por qué no empezar ya mismo en aquella terraza. Una copa de vino blanco, que es viernes. Saco la cabeza del libro cuando una ráfaga atraviesa mi rabillo del ojo. No es un perro jugando detrás de una pelota, es una chica corriendo. Detrás de nada, o de sí misma. Qué difícil. Y pienso que mejor estaba corriendo yo también en vez de estar aquí sentada. Me ponen un cuenco de frutos secos, me los como aunque estén fritos, aunque no sean sanos. Busco una excusa: me encantan. Y es viernes. Recibo un mail en mi móvil: publicidad de una franquicia de ropa interior, eso que no compro desde hace mucho, pero insisten. Sujetadores cómodos para estar en casa. Es verdad, debería llevarlo también en casa si no quiero que se me caigan los pechos pasado mañana. Ahora también venden ropa de deporte para seguir en forma en el salón. Como la chica del vídeo, maquillada y peinadísima, haciendo abdominales. Sin esfuerzo puedes tener un cuerpo como el suyo. El tuyo no vale. Pero si no me lo has visto. Da igual, seguro que te falta algo. O peor, te sobra: arrugas, kilos, pelos, celulitis, granos, estrías. Me pongo los auriculares para regresar escuchando un nuevo vídeo musical. Anuncios: empieza ya la operación biquini, blablablá. Ni oigo la marca anunciante. Entonces, lo asocio a operación policial, el cuerpo de policía o la policía de los cuerpos en que nos convertimos todas y todos ante un desnudo en playas y piscinas. Despojados de las ropas y el sopor del invierno, dudo que de la vergüenza y la soberbia. Llego a casa y me lavo las manos. Me hago un moño. Me veo las canas. Llamo a mi peluquera, es urgente. Me vuelvo a poner el chándal tantas veces lavado y me planteo dejarme el sujetador puesto. Me siento en el sofá y sigo leyendo: «Envejecer es aprender a perder. Un día ya no puedes correr, ni caminar, ni agacharte, ni levantarte… Solo puedes conformarte, una y otra vez. Perder la memoria, las palabras, el sueño, la chaveta…». En ‘Las gratitudes’, Delphine de Vigan cuenta la historia de la degradación y el deterioro del cuerpo y la mente de una señora muy mayor. Capitalismo 0-Muerte 1.

Y entonces lo entiendo. Entiendo que algún día, con más o menos suerte, me tocará a mí. Que el tiempo, la gravedad y la vida misma me harán pequeña sin remedio, así que, de momento, intentaré que nada ni nadie lo haga antes.

Ainara