El frío en los huesos, la sensación de soledad, la falta de aire y el empacho de pensamientos autodestructivos me acompañaron en una época de mi vida. O quizás mejor diría se apoderaron de mí.

Con el tiempo, la distancia, una vez recuperada, y pese a estar en un estado físico y mental completamente sano, no he olvidado aquellas sensaciones. Y no quiero olvidarlas.

El hecho de poder recordarlas como una observadora externa, me ayuda a comprender el sufrimiento que pueden estar pasando ahora otras personas. Me ayuda a acompañarlas mejor en el camino de la búsqueda de su equilibrio y, sobre todo, me ayuda a mí misma a recordarme que prácticamente todas las situaciones, por complicadas que sean, son reversibles.

Ponerse en el lugar de los demás nos ayuda a comprender mejor su dolor, pero también a evitarlo. Adquirir el hábito de dar y recibir de forma empática es sin duda la base para establecer relaciones sanas con nuestro entorno.

Júlia Benedicto