DECIRLE ADIÓS A LA CULPA
Durante años cargué con la culpa de la enfermedad. Era como tener una gran mochila a mi espalda cada día, cada hora, cada segundo. Y el mal uso del verbo ser y los adjetivos sobre los TCA no ayudaban a disminuir esa carga, al revés, la hacían cada vez más pesada.
“Eres anoréxica, eres bulímica, las chicas como tú sois unas manipuladoras y unas superficiales, etc.” Poco a poco me fui creyendo todas estas palabras, las fui interiorizando hasta hacerlas mías, cargándolas en mis hombros, alimentando poco a poco la culpa y sintiéndome la persona más horrorosa del mundo.
Ya en la etapa de la recuperación, con todas estas creencias instauradas en mí, el ver a mi familia sufrir por mí, hizo que la culpa me abrazase más fuerte. Era como un parásito que poco a poco me hacía ser más pequeña a su lado, que se alimentaba de mi poca autoestima cada día.
Lloraba a diario cuando la enfermedad no me dejaba avanzar en la recuperación, no solo por no ser capaz de plantarle cara y sentirme más débil que ella. Esos llantos eran por lo que sentía culpa, más que ninguna otra cosa. Culpa por ver a mi familia sufrir por mí, por sentir que era por mí que ellos estuviesen así. Por “ser anoréxica”, por dejar que la enfermedad aún formase parte de mi vida. Por no ser capaz de apartarla de un día para otro. Por todos esos adjetivos que me había ido creyendo a lo largo de los años.
Hasta que me di cuenta que eso no era verdad. Que era hora de quitarme de encima a ese monstruo pesado llamado culpa que no hacía más que susurrarme mentiras al oído. Nada de lo que había pasado era culpa mía. Yo no me había levantado un día y había decidido enfermar. Mucho menos ser la enfermedad. En ningún momento había querido ver a mis seres queridos sufrir. Lo que me pasaba era una forma de intentar sobrevivir ante todas esas emociones mal gestionadas que me estaban matando. Porque nadie me había enseñado cómo hacerlo y al final había explotado. Y no tenía porqué pedir perdón ni sentirme culpable por intentar vivir, intentar solucionar mi mundo interno.
Me quité esa mochila que me había acompañado durante años y la liberación que sentí fue algo mágico. Pude sacar de mi espalda el peso de la culpa, mirarla a la cara y decirle que era el momento de separarnos. No volvería a cargar con ella, no por algo que yo no había elegido.
Así que solo me queda recordarte que si tú también sientes esa culpa, es buen momento para mirarla a la cara y decirle adiós. Porque no es culpa de nadie el caer enfermo o enferma, nadie elige padecer una enfermedad (importante esto, porque en ningún caso eres la enfermedad), nadie tiene culpa de intentar sobrevivir, de intentar querer solucionar los problemas, de intentar ser feliz.
Leire Martín.