MI VERDAD
Llevaba mucho tiempo viviendo dentro de una mentira. Pero no una mentira cualquiera, de esas que dices para quedar bien o evitar un conflicto. Era una mentira que se lo comía todo, que se arraigaba en lo más profundo de mí y se disfrazaba de verdad.
La anorexia era una mentira gigante, una sombra pegada a mi cuerpo, a mi voz, a mi mirada. Mentía cuando decía que no tenía hambre. Mentía cuando afirmaba que ya había comido. Mentía cuando sonreía y decía que estaba bien. ¿Pero lo peor de todo? La mentira que me decía a mí misma.
«Lo controlo», me repetía. «Solo es una etapa. Sólo hoy, mañana cambio», «Cuando llegue al peso que quiero pararé». Pero el mañana nunca llegaba. Y mientras mentía, perdía la noción de quien era. Porque cuando mientes tanto, al final ya no sabes qué es cierto y qué no. Me convertí en una actriz cuyo guión siempre repetía.
«No tengo hambre.»
«Solo estoy cansada.»
«Estoy bien.»
«No me pasa nada.»
Lo peor de todo es que el TCA te hace creer que esa mentira es tu verdad. Que tú eres esto, que jamás podrás ser otra cosa. Y tú te lo crees. Te miras en el espejo y ves un reflejo que no reconoces, pero te dices: «Esta soy yo. Así es como debe ser.» Mentira. Todo mentira.
Y superarlo no es fácil. Es como deshacer un nudo de hilos uno a uno. Pero cada vez que me atreví a decir la verdad —a decir que sí, que tenía miedo, que estaba perdida, que no sabía cómo salir de ella, que necesitaba ayuda y que efectivamente no podía sola— me sentía un poco más libre. Cuando dejé de mentir a los demás y dejé de decir que estaba bien cuando no estaba, empecé a recuperarme de verdad.
Pero el gran cambio fue cuando dejé de mentirme a mí y acepté que el TCA no era lo que yo era. Entendí que la anorexia era la mentira. Y que de aquella jaula en la que me había encerrado yo tenía la llave.
Aún tengo cicatrices. Pero no hay ya mentiras. Y esto es el mejor regalo que me he hecho nunca: la verdad. Mi verdad.
Elisa Gautier