18 noviembre, 2024

ESTA NO ERA YO

Durante la anorexia, llega un punto en el cual ya no sabes reconocer quién eres ante el espejo. No es que hayas cambiado de cara, ni de cuerpo, ni de voz; es que el vacío que se ha ido extendiendo por dentro ha borrado la persona que vivía.

Esta no era yo. Miro atrás y veo otra figura, más ligera, más oscura, como si se hubiera convertido en una sombra de aquello que había sido.

Con cada plato que evité, en cada sesión interminable de deporte, en cada mentira… me fui apagando. Pensaba que controlaba algo, pero en realidad la enfermedad me controlaba a mí. Poco a poco los secretos que iba guardando se convirtieron en una prisión de donde ya no sabía salir.

Todo el mundo me decía que me estaba haciendo daño, que acabaría mal, pero yo solo quería dejar de sentir aquel ruido constante dentro de mi cabeza y desaparecer, y seguir haciéndome daño en silencio para sentir que existía.

Lo perdí todo. Los días llenos de risas espontáneas, las tardes sin preocupaciones, las conversaciones que no giraban alrededor de una obsesión… e incluso los abrazos, porque el contacto se convirtió en incomodidad.

Pero sobre todo, me perdí a mí misma. Aquella niña que soñaba en grande, que quería sin miedo, se esfumó.

¿Gané algo a cambio? No. Solo una vida que se paró en algún momento entre la primera excusa y la última mentira. La anorexia cada vez me alejaba más de los otros en un camino sin vuelta y me hacía sentir que el mundo giraba sin mí.

Era como una voz que me seguía convenciendo que alejarme de todo y de todo el mundo merecería la pena. Y lo más aterrador era que yo me lo creía. Se convirtió en mi guía, haciéndome creer que ninguna de las pérdidas de mi vida importaba tanto como mantenerme en aquella falsa sensación de control.

Hasta que entendí que la voz me había engañado. Que nunca me daría nada a cambio.

Y que solo podía curarme si creía en la posibilidad de volver a ser yo. Todo lo que perdí durante el camino me dejó un vacío tan profundo que llenarlo me dio la fuerza suficiente para recuperarme.

Y ahora, mientras miro mi reflejo, ya sé que perderme no era irreversible. Que el camino sí que tenía vuelta. He recorrido un largo y doloroso tratamiento para conseguirlo; han sido muchos años de lucha, de terapias, de confianza y resiliencia, pero he podido reencontrarme.

Hoy, puedo mirarme al espejo y reconocer la persona que veo. Aquella voz que antes me hundía ha desaparecido, y he vuelto a sentir la risa sincera, a disfrutar de las cosas sin el miedo constante de estar perdiendo el control, y los abrazos ya no me hacen daño.

He recuperado mi vida, y todo aquello que pensaba que había perdido, sobre todo a mí misma.

Y vuelvo a tener mil sueños, ilusiones, amor y muchas, muchas ganas de vivir.

Y esta sí que soy yo.

Elisa.