SOY DANIELA
Soy Daniela, tengo 22 años, nací en Alicante y a día de hoy llevo 1 año y 15 días en tratamiento para superar un trastorno de la alimentación y para reconciliarme con mi personalidad, pues convivo con trastorno límite de la personalidad.
Pero antes de esto hay mucha historia, muchos acontecimientos y muchos pensamientos que me han traído hasta aquí.
Cuando era pequeña, ya era una niña “difícil» según cuenta mi familia. Era cabezota, contestona e impulsiva.
No aceptaba límites ni entendía qué sentido tenían. Por eso he pasado más de media infancia castigada y con problemas tanto en las aulas como en casa.
En mi familia tampoco las cosas eran fáciles, he crecido bajo el juicio de un ideal de belleza delgado y con un gran peso puesto en la apariencia, tanto en cómo te ves tú físicamente como en sociedad.
Lo que opinaba la gente sobre ti era importante y afectaba a tu familia. Crecer bajo esta presión puede llevarte a ser muy autoexigente contigo misma pero también fomenta esa parte que yo tenía tan rebelde y pronunciada desde pequeña.
Siempre me he visto como una justiciera, dando la voz por todo lo que no me parecía bien, pero jamás he podido darme a mí esa voz, callando cómo me sentía y refugiándome en lo único que me hicieron creer que me hacía válida, mi cuerpo.
Cuando empiezas a recibir palabras amables de aquellos que solo te recordaban todos tus desperfectos, comienzas a sentir una sensación como si fuera droga.
Dejan de mencionar todo lo que tienes cambiar para alabar lo bien que te ves ahora y comienzan a darle fuerza a tus inseguridades, esas que te hablan fuerte en la cabeza para que sigas hundiéndote en el trastorno de la alimentación, y así también crece esa personalidad sin normas y sin control.
Creer que lo has conseguido todo cuando tu personalidad se basa en un cuerpo es estar en un pozo si lo ves desde fuera, pero cuando estás dentro es lo mejor que has logrado en toda tu vida.
A los 11 años ya empecé a experimentar todo este remolino de emociones, todas estas contradicciones entre lo mala que era pero qué bien que me veía cuando bajaba unos kilos.
Nunca pensé que estaba entrando en un camino de curvas y de difícil salida, solo veía los beneficios… esa emoción, esa alegría, esa felicidad, ese sentirme querida, ese deseo por otros.
En la adolescencia entra mucho en juego las relaciones interpersonales y cómo te posiciones ante la sociedad, ¿quién eres?, ¿a qué grupo perteneces?, ¿eres de las que gusta a los chicos o de las que no?
Carácter imparable y cuerpo de modelo, eso es lo que se veía por fuera, se veía un físico y unas máscara. Por dentro era la persona más vulnerable del mundo, estaba rota, no podía dejar de prestar atención a cómo me veía y cómo me veían los otros.
Empecé a tener relaciones tóxicas, que no ayudaron a calmar mi carácter, la máscara de chica impulsiva y temeraria cada vez se pegaba más a mi piel. Y con ella la exigencia por tener un cuerpo imposible y envidiable, quería ser una chica de ensueño.
Metida en líos, aliviando el dolor emocional con alcohol, ayunos, vómitos, peleas e intentos de quitarme esa vida tan perfecta por fuera y a la vez tan dañina por dentro.
Sentía que nadie me entendía, que jamás podría procesar amor, que había nacido para ser la chica conflictiva con un cuerpo de escándalo. Lo que no veía es que esa Daniela daba miedo, me había descontrolado, mi personalidad ahuyentaba a la gente por miedo a mis reacciones desmedidas y mi cuerpo se veía enfermo, ya no era envidiable.
Escuchaba a los médicos decirme que mi vida se estaba apagando, pero eso no me causaba miedo, solo quería llevarlo todo más lejos. Quería seguir sintiendo esa adrenalina de ser la reina, o esa era la imagen que yo creía proyectar.
Todo empezó con 11 años y con 21, después de innumerables recursos de salud gastados ya no sabían qué hacer más por mí.
Habían pasado 10 años desde que todo comenzó y lo había vivido como 1 minuto, pero en mi historia de vida solo habían abusos físicos, sexuales, de sustancias, descontrol y muchas épocas de rozar la muerte.
Mis padres celebraban ese verano sus 25 años de casados y el único deseo de mi madre fue que no me muriese antes de su boda.
Aún no sé qué sucedió en mi cabeza que tuve ese momento de lucidez antes de que todo acabe y decidí darme una oportunidad, aceptar el último recurso que se me ofrecía y probar a vivir y dejar de sobrevivir.
Por primera vez sentía pena por mí, y todo el roto que había en mi interior salió a luz, dejé ver la parte vulnerable, esa que tenía miedo a todo y las máscaras tapaban.
Cogí las maletas con el apoyo de mi familia y me vine a Barcelona a luchar por mí.
Ahora, un año después, puedo escribir un trocito de todo lo que me ha pasado y ver con claridad donde no quiero volver, donde no refugiarme nunca más y, sobretodo, saber que es lo realmente importante para mí. Vivir.
Vivir sin prejuicios, sin necesitar validación alguna, sin tener que mostrar un carácter destructivo o un cuerpo imposible de mantener.
Después de 11 años estoy conociendo la vida de verdad y aunque para ello tengo que enfrentarme a mis demonios cada día, digo a boca llena que está mereciendo la pena cada minuto invertido en ello.
Los días en el último año han sido buenos y malos, pero no me arrepiento de haber tomado esa decisión por muy oscuras que vea un día las cosas, no me rindo porque sé que soy capaz de ver el sol tras las nubes.
Daniela.