RED, MURO Y FRONTERA
Convivir con el TCA de mi hija durante estos años ha hecho que a menudo tenga que transformarme en dique de contención para que el monstruo no arrase con todo.
Porque el trastorno no afecta sólo a la persona que lo sufre, sino también a las que conviven con ella. Cambia las rutinas, las conversaciones, los ratos de ocio, los roles, la lista de la compra, las decisiones, la mirada, la energía, el foco y el día a día.
El monstruo, que muchas veces es prisión y corsé para ella, también es otras muchas cosas para nosotros.
A veces es un huracán, un ciclón o un tsunami, devastando todo lo que le rodea. Otras veces es un agujero negro que nos traga o un fuego que lo quema todo a su paso.
Y yo estoy allí en medio. El monstruo y mi hija por un lado y las demás personas de la familia en el otro. Y yo, que quisiera salvar a todo el mundo, pero sé que no puedo. Y que quisiera que el amor fuera suficiente. Pero no es suficiente.
Y no me queda otra opción que ser escudo de protección para combatir al monstruo y mantenerlas en la trinchera el tiempo que haga falta para que no les lleguen sus balas. Ser pared de ladrillos para custodiarlas evitando que les lleguen sus tentáculos.
Pero también he tenido que ser pared de hielo, para deshelarme cuando toque, cuando necesite que sus hermanos le den la mano y le acerquen hacia ellos, hacia la vida, cuando puedan desligarla de él, cuando estén lo suficientemente fuertes para cobijarla, sostenerla y hacerle frente al trastorno conjuntamente.
Y entonces yo vuelvo a ser muro de hormigón para poder dejar el monstruo en un lado y mi familia en el otro y le plantamos cara, lo dejamos solo, para que se haga pequeño, para que no le entre la luz, para que acabe fundiendo en la oscuridad más profunda.
Y yo que, como madre sólo querría ser abrazo, cobijo, hogar y refugio a menudo tengo que ser barrera, pared, muro y frontera.
Flors Moreno