LA RECUPERACIÓN
No me cabe duda de que la recuperación es la suma de muchas pequeñas victorias, es probable que la mayoría sean invisibles por el entorno de la persona enferma, quizás sólo ella lo intuye entre miedo y esperanza.
En el caso de nuestra hija, la recuperación tuvo una fecha concreta, mágica, sorprendente y drástica, un día en que ella y nosotros tuvimos claro que ella ganaba a la enfermedad: el día que cumplía catorce años.
Durante los días previos a su cumpleaños, con las pocas fuerzas que su débil cuerpo le permitía, había planificado un picnic en la montaña con algunas amigas, las más cercanas y que todavía conservaba.
Recuerdo aquella mañana, preparando bocadillos, panecillos, quesos y embutidos y un precioso pastel… no podía dejar de pensar que ella no podría comérselo, que se frustraría, que lloraría, que era injusto cumplir catorce años con este sufrimiento. Y recuerdo cómo se vistió, con esos pantalones azules que,, cortos como eran, dejaban ver sus piernas, y la imagen me hacía sufrir, pero ella estaba feliz, muy feliz.
Nunca le he preguntado qué deseo pidió al soplar las velas de su pastel, pero cuando las recogí y subieron al coche, sonreía, charlaba y le brillaban los ojos. Había disfrutado de su día, de sus amigas, de aquel buenísimo picnic, había repetido pastel y estaba contenta, hacían planes de cosas que querían hacer cuando fueran mayores y reían como hacía tiempo que no oía reír.
Al llegar a casa nos dijo “he decidido que esto acaba aquí, quiero ser tan feliz como lo son mis amigas, y haré lo que sea necesario” y no sabría explicar por qué, pero su padre y yo intuimos que así sería. A partir de ese día la vemos atónitos absolutamente orientada y entregada a la recuperación, lo vemos, pero no nos atrevíamos a decirlo en voz alta y mucho menos a compartirlo con nadie.
No quisiera que quien lo lea pudiera pensar que la recuperación está en manos de la persona enferma, y que es su responsabilidad enfermar o curarse como si pudieran tomar esta decisión. Nadie quiere estar enfermo, nadie quiere sufrir. Esta es la historia de la recuperación de nuestra hija pero cada final, cada recuperación es única como lo son ellas, y probablemente lo que sí tienen en común todas las recuperaciones es querer vivir, permitirse ser feliz y atreverse a ser visibles.
El camino fue mucho más largo de lo que ella habría querido a partir de ese día, pero la determinación con la que afrontó la recuperación fue admirable. Guardo recuerdos muy bonitos de ella en esa etapa, meriendas juntas por Barcelona, ojos que brillaban, sonrisas, nuevas ilusiones que nada tenían que ver con la enfermedad. Y la sensación de que estábamos viviendo un sueño que cada vez se confirmaba más real.
Pero, como decía, estoy completamente segura de que fue el resultado de muchas pequeñas victorias, de muchas decisiones y de la gente que sumó a su lado.
Una de las personas que evidentemente fue clave, fue su terapeuta, que le acompañó siempre con profesionalidad, pero sobre todo con respeto, a él le deberemos siempre haber recuperado a nuestra hija. De él fue la decisión de apartarla del hospital cuando a nuestros ojos «peor» estaba, él supo ver que nuestra hija necesitaba volver a casa y a su vida para poder encontrar fuerzas y motivos y recuperarse.
Y junto a su terapeuta, sus enfermeras, Eva y Maria, que hicieron de madres, de amigas, pero sobre todo supieron ser absolutamente intransigentes con su parte enferma sin dejar de mirar con amor y ternura a la niña que estaba detrás.
No hay ninguna vida igual, y ninguna historia de recuperación igual, pero lo que sí existen son ingredientes comunes: un tratamiento en manos de profesionales, el amor incondicional de la familia, amigos que siguen al lado, simplemente estando, y ellas que son las auténticas protagonistas de esa historia, con toda su fuerza.
Imma.