EL BIEN QUERER
Estoy pensando en qué escribir, y mientras pienso, observo. Y cuando observo, veo, en la esquina del salón, el vinilo anterior de Rosalía, ‘El mal querer’. Y, tal como mezclo la ropa blanca y de color en la lavadora a baja temperatura, mi cabeza une ideas de distintos tonos, texturas y tamaños, hoy a 28 grados, hasta que las cuelgo con pinzas para verlas mejor. De lado a lado, extiendo algunas piezas de sus canciones que me sé de memoria:
«Hasta que fuiste carcelero
Yo era tuya compañero.»
«Y átame con tu cabello
A la esquina de tu cama
Que aunque el cabello se rompa
Haré ver que estoy atada.»
«Pasaban, la miraban
La miraban sin ver “ná”
Solita en el infierno
En el infierno está “atrapá”.»
«Te atrapa sin que te des cuenta
Te das cuenta cuando sales
Piensas, ¿cómo he llegado hasta aquí?»
Y encima de estas letras que ocupan casi todo el espacio, tiendo la pregunta que me hago, de repente, en caliente, tiñéndolo todo: ¿No es esto lo que hizo conmigo el TCA?
Mi voluntad —mis pensamientos, mis decisiones, mis relaciones, mis rutinas— fue mía hasta que fue suya.
Mi visión del mundo y de mí misma estaba encadenada a algo invisible que ejercía el control absoluto sobre mi vida.
Mi entorno me veía —más flaca, más débil, más distante— sin verme —«a ti lo que te falta es un buen plato de lentejas»—.
Cuando me di cuenta, el TCA me había anulado siete años.
Y, al salir, pensé, ¿cómo he llegado hasta aquí?
Si aquí es hoy, este momento en que escribo, respondo: he llegado hasta aquí gracias a reconocer que no me quería. O peor, que me quería mal, muy mal. Gracias a pedir ayuda a quien me quería, y me quería bien. A quien sabía lo que era quererse y que me enseñó a quererme, a quererme bien.
Porque solo hay una cosa peor que el mal querer, y es el quererse mal. Y es solo cuando te quieres mal, que el TCA te querrá. Encarcelar, atar, atrapar, anular.
Quiérete. Quiérete bien. Y si no te quieres, o te quieres mal, déjate querer por los/as que te quieren, por los/as que te quieren bien.
Ainara.