26 noviembre, 2021

Pide ayuda

 Era mediados de abril y empezaba a hacer buen tiempo. Primavera que no alteraba mi sangre. Hacía semanas que tenía frío constantemente. Me empezaba a incomodar. Y eso que aún no era consciente de que ese frío no se iría ni a 40º bajo el sol.

 

Como muchos sábados, tenía competición. En aquel momento estaba interna en un Colegio de Iniciación Técnico Deportiva. En paralelo a los estudios, entrenábamos para ser atletas. Un año antes saltaba alrededor de 5m en longitud. Cifras y marcas aparte, esto podría traducirse en que me encontraba en buena forma. Tenía potencia para coger velocidad hasta el foso, batía con fuerza y caía con confianza en la arena.

 

Aquel día me recuerdo ausente. Mientras esperaba mi turno para saltar, mi imaginación se centraba en el horroroso defecto que mi top deportivo produciría sobre mi grasa imaginaria e inexistente y en cómo todo el mundo en las gradas se iba a dar cuenta de semejante monstruosidad. Un no parar…

 

Mi turno. Me tocaba saltar.

 

No recuerdo bien la carrera hasta el punto de batida. Lo que sí recuerdo es que no tuve fuerzas ni para llegar al foso de arena. A duras penas fui capaz de dar una pequeña zancada…Me moría de vergüenza…En aquel momento fui consciente de que algo iba mal. Bastante mal. Mi “maravilloso” plan de dieta y ejercicio estaba fallando. Me había quedado sin fuerzas. Había perdido el control. Sentía mucho, muchísimo miedo.

 

Me quité el dorsal. Aterrada y destrozada, miré a las gradas. Vi a mis padres y a mi entrenador. Expectantes. Lo habían visto todo. Lo sabían todo. Recuerdo que me fui hacia ellos y cuando los tuve delante les dije: “Ayudadme por favor porque no voy a parar. Ya no puedo controlarlo”. A pesar de lo que se nos venía encima, sé que de algún modo, en aquel instante, todos fuimos un poco felices.

 

Mi madre tenía todo preparado. Más tarde supe que se había puesto una fecha límite. Era mediados de abril y si a finales de ese mes no pedía ayuda por mí misma, lo haría ella por mí. No soy madre, pero a día de hoy me puedo hacer una mínima idea de la impotencia angustiosa y silenciosa en la que tenían que estar inmersos mis padres en aquel momento.

 

Pedí ayuda. Aún hoy pienso que es la mejor decisión que he tomado en mi vida.

 

A veces pensamos que controlamos algo porque queremos controlarlo. Pero esto no es siempre así. Desde que nacemos estamos en un continuo aprendizaje. Hay cosas que las aprendemos por nosotros mismos y hay otras con las que necesitamos un acompañamiento. Ya sea para que nos las enseñen o para que nos den herramientas para aprenderlas.

 

Con ayuda, he ido aprendiendo a tener una relación sana con mi cuerpo, con mi mente y también con mi alrededor. No sé quién leerá esto. Pero si hay alguien que lo lee y tiene dudas, tiene miedo o siente que está pasando un mal momento, desde aquí quiero animar a que pida ayuda. Es posible sonreír profundamente después de haberlo pasado muy mal. Solo necesitamos dejarnos acompañar, guiar y ayudar en el camino.

 

No es fácil, pero sí que vale la pena.

 

Sara