El cuerpo no responde
Los días son eternos. El reloj no corre. No hay nada que me motive. Todo me molesta. Todo me afecta. Incluso evito el contacto con la gente. Cruzo la acera para no encontrarme conocidos. Me espero que se vacíe la cola del supermercado para evitar conversaciones estúpidas y me escondo, si tengo que comer. No quiero dar ninguna explicación.
Me he dado cuenta que me estoy quedando atrás. Que todas las amigas ya tienen la menstruación. Que tienen algún muchachito que les va detrás. Que ríen. Que son ellas. Que son femeninas. Que viven la edad que les corresponde. La mama me explica que como continúe haciendo el burro no me podré quedar embarazada. Que cuando sea mayor tendré efectos secundarios y me arrepentiré toda la vida.
«Cuando quieras ser madre y no puedas, ya recordarás estas conversaciones». Que cuanto más tiempo pase, más crónico se me hará. Y vuelvo a tener miedo. Y ahora ¿qué? ¿Y si no puedo recuperarme nunca? ¿Pero qué pensarán si ahora de un día para otro empiezo a comer como una desesperada?
Pero por mucho que coma, el cuerpo no me responde. Lo he llevado a un nivel tan mínimo, a un abismo tan peligroso que ahora no responde. El cuerpo está muerto. Ni cuando oigo mi canción preferida el cuerpo responde. Antes subía el volumen al máximo y sentía las claves de sol cantar sobre el pentagrama. Ahora ni canto ni bailo ni salto. Tampoco puedo encerrarme en la habitación como lo haría una adolescente. Si lo hiciera, sospecharían que estoy haciendo deporte para perder peso.
He prometido que lo haré, pero no puedo. La enfermedad puede más que yo. Me domina. El cerebro y los hechos van por separado, por líneas discontinuas. ¿Por qué me tengo que engordar? ¿Por quién lo tengo que hacer? Ahora mismo, tengo el cuerpo como un papel en blanco. Se tiene que llenar de color, de partituras, de letras, de arte y de vida. De mucha vida.
Blanca Soler