PODER GRITAR ¡FELIZ NAVIDAD!
Me encuentro agachada en el suelo, con la maleta abierta y un montón de ropa encima de la cama. En breve voy a coger un tren dirección a mi hogar, con mis padres, mis abuelos, mi familia. ¡Qué ganas tenía de que llegase ya la Navidad!
De repente, un escalofrío me atraviesa el alma, como cada año en estas fechas. ¿Quién le hubiera dicho a la Leire del pasado que estaría tal día como hoy deseando que llegase la cena de nochebuena, sin miedos, sin ansiedad, sabiendo que iba a disfrutarla como una niña?
No puedo evitar recordar ese viaje a casa de mis abuelos desde el hospital hace 12 años. Me habían dado permiso para salir del ingreso y estar esos días en familia, lejos del frío edificio, con el calor de la familia. Pero esa salida duró poco, ya que la ansiedad se apoderó de mí y tuve que volver a la falsa seguridad que me proporcionaban esas cuatro paredes de mi triste habitación de hospital.
Y así durante años. Años odiando y temiendo estas fechas. Deseando que pasasen lo más rápido posible, o que me pusiese enferma y no pudiese acudir a las celebraciones familiares donde la comida me esperaba dispuesta a acabar conmigo.
Tras tantas Navidades perdidas, este pensamiento de deseo de que lleguen estas fechas que tengo desde hace unos años es una alegría inmensa. Porque por fin puedo sentarme a la mesa sin miedo a la comida. Por fin puedo disfrutar de la compañía. Puedo reir junto a la gente que quiero. Puedo volver a ser la niña risueña que fui antes de conocer a la enfermedad, una niña a la que no le importaba lo que había en la mesa, sino lo que había alrededor de ella: la familia y la alegría de estar todos juntos y felices.
Leire Martín Curto
@Yotambienquisesercomoanaymia