23 desembre, 2020

La vida es un sumidero

Esta mañana se me atascó el sumidero del fregadero de la cocina. Acababa de lavar la cafetera italiana y minúsculos granos de café flotaban en el agua ligeramente turbia. Sin pensar, saqué el desatascador del fondo del armario para liberar la obstrucción. Un par de movimientos resueltos y convincentes arrugaron la goma negra que movilizó lo que sea que fuere que impedía el paso del agua. Al cabo, los puntitos oscuros del café se quedaron salpicando el fondo plateado y volví a abrir el grifo para limpiarlos. El agua corría, briosa de nuevo, por el sumidero.

Recordé entonces la famosa frase de Bruce Lee: «Be water, my friend». Y se me ocurrió que, si nosotrxs fuéramos realmente agua, la vida sería ese sumidero. Si realmente nos adaptáramos al cambio, a una realidad que nunca es como queremos sino como necesitamos para aprender, si aceptáramos que no tenemos el control sobre casi nada, viviríamos con la energía y la naturalidad de un grifo abierto. Claro que hay momentos, circunstancias y estados en los que la vida se nos atasca, se nos empozan las emociones y no podemos seguir fluyendo como quisiéramos. La realidad nos puede. El problema es que continuamos vertiéndonos sobre el agua estancada como si nada pasara, como si pudiéramos con todo, como si no necesitáramos ayuda. Y en vez de liberarnos de la obstrucción, lo convertimos en trauma sin siquiera darnos cuenta, en agua turbia que sigue acumulándose. Hasta que rebasa los límites.

 

Sé bien de lo que hablo. Hace unos cuatro o cinco años estaba cenando con mis padres en un restaurante. Se sacó el tema del bullying por un amigo suyo cuyo hijo lo estaba sufriendo. «Pues como me hicieron a mí, solo que entonces no tenía ni nombre», solté de repente. Mis padres se quedaron mirándome sin entender: nunca les había contado que lo había sufrido, jamás les dije que el instituto fue para mí una bomba de relojería que acabó estallándome en la cara y expandiéndose en mi casa. Comprendí que quizá el agua no me hubiera llegado al cuello a mis apenas 14 años si hubiera buscado un desatascador a tiempo. Si hubiera puesto sobre la mesa del comedor el problema, antes de que se convirtiera en enfermedad. Me costó entonces siete años diluir el poso que había ido dejando en mí aquella experiencia. Siete años para volver a ser agua. Agua que fue limpiando las diminutas secuelas esparcidas en el fondo de mi rutina plateada, brillante. Hasta que fluí de nuevo. Y vaya si aprendí. Como he hecho esta mañana con el fregadero, cada vez que se me atasca algo aquí dentro, necesito sacarlo. Aprendí a pedir ayuda para que los acontecimientos no me desborden.

 

Pide ayuda ya. Ahora. Hoy. Esta noche. Nunca es tarde para hacerlo, pero siempre será más fácil usar un desatascador que desarmar toda la estructura sobre la que nos movemos. Siempre será más fácil arreglar un contratiempo que poner el tiempo en tu contra. No hagas como yo, que vivo siete años tarde

Ainara